La ruta o el viacrucis
Augusto Galán Sarmiento MD. MPA
Director del centro de Pensamiento Así Vamos en Salud
Doce y cuarto de la noche de un lunes festivo. El cardiólogo duerme tranquilo hace dos horas. Súbitamente lo despierta una sensación opresiva en el pecho que se acompaña de sudoración. Inmediatamente es evidente para él que padece un infarto cardíaco. Se encuentra en una población considerada rural a cuarenta kilómetros de la capital del departamento. Conoce bien su condición coronaria hace más de una década. Ha sido riguroso con su dieta, ejercicio, medicamentos y controles médicos.
Su familia despierta y serenos saben que deben ir al hospital local, inaugurado hace seis meses, donde atienden baja complejidad. Es lo disponible para un municipio de ese tamaño y ubicación.
Tres meses antes se había iniciado la pandemia en el país. Como paciente pasa los controles para ingresar al hospital, el protocolo ordena que su familia permanezca fuera. Lo atienden con prontitud. La médica de urgencias del Hospital San Francisco actúa con celeridad. El electrocardiograma confirma la impresión diagnóstica. El cardiólogo sabe que hay un límite de horas para estar en un centro de alta especialidad, realizar la intervención adecuada y evitar que se afecte la función cardíaca de manera definitiva. Entre más rápido mejor.
Por teléfono habla con su colega quien lo trata hace catorce años y se encuentra en la capital del país. El WhatsApp es la telemedicina y se confirma el traslado. Le administran el manejo anti isquémico, pero no la terapia trombolítica que disuelve el coágulo y destapa el vaso sanguíneo que causa el infarto. Ni la habilitación ni el entrenamiento permiten que el hospital haga ese tipo de intervención.
Surge la idea de movilizarlo a la capital del departamento con servicios disponibles para cateterismo diagnóstico pero no para una acción terapéutica inmediata, que es lo que requiere para salvar la función cardíaca. Los trámites administrativos enlentecen el traslado a la capital del país donde se halla el centro especializado a tres horas de distancia. El tiempo pasa y la desazón aparece.
La compañía de seguros busca una ambulancia medicalizada en tres poblaciones del departamento. No encuentra y sugiere enviar una desde la capital del país; demasiado tiempo para atender oportunamente ese corazón. La decisión; trasladar al paciente en ambulancia no medicalizada del hospital con una médica rural, una auxiliar de enfermería y un monitor portátil. Su colega, jefe de cuidados coronarios en el centro de alta especialidad, lo espera con todo dispuesto para intervenirlo.
Final feliz. Llega a tiempo y a las siete de la mañana el cateterismo intervencionista terapéutico es exitoso. Su corazón se salva de un daño definitivo. El hombre se mantiene agradecido con la vida, su familia, sus colegas del Hospital San Francisco y su cardiólogo.
Pero hay algo que lo deja inquieto. Los ciudadanos, los demás pacientes, pues las enfermedades cardíacas y cerebrovasculares continúan siendo la primera causa de mortalidad en el país. ¿Se necesita que las personas o sus familias conozcan de salud, sus médicos tratantes les contesten el teléfono de manera inmediata, tengan manera para moverse dentro del sistema y así obtener un resultado exitoso en unas circunstancias semejantes ante un infarto cardíaco, cerebral o un politraumatismo?
Su preocupación la confirmó tres meses después. Misma población, mismo hospital; también una madrugada de inicio de fin de semana. Un empresario amigo del cardiólogo con dolor en el pecho que ingresó en el viacrucis de remisión parcial a centros de la capital departamental donde no le resolvieron su situación. Viajó a la capital del país y tres semanas después todavía está sin diagnóstico claro entre citas, exámenes y trámites administrativos.
No podemos pretender instituciones de alta especialidad en cada municipio. Eso es imposible y absurdo. Pero sí debemos tener las rutas integrales de atención con protocolos y guías de manejo clínico para este tipo de situaciones críticas; unidas a la integración de redes de aseguradoras y de clínicas, hospitales, incorporación de tecnologías y el personal debidamente entrenado para diagnosticar con prontitud la condición que amerita la intervención inmediata, con las cuales se estabilice al paciente desde el nivel de más baja complejidad y se le lleve de manera oportuna a donde reciba la atención más especializada que requiera su estado médico.
El sistema de salud colombiano está en capacidad de concretar esa tarea, lo que hace falta es voluntad, decisión y mayor gestión.