Editorial: sentimientos
Augusto Galán Sarmiento MD. MPA
Director Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud
El Foro de Salud de la ANDI realizado en el Centro de Convenciones de Cartagena la semana pasada, fue una montaña rusa de sentimientos para los cerca de dos mil asistentes. En este encuentro, anualmente y desde hace varios lustros, se congrega la totalidad de los diversos actores y agentes del sistema, tanto del sector público como del privado.
La mañana del miércoles, día del inició del evento, prevaleció un pesimismo entre los espectadores. La realidad es dura y tozuda, sin duda, pero cierto acento de fatalismo predominó en un par de conferencistas, contagiando a la audiencia. El colapso del sistema de salud colombiano no solo es una realidad, sino que la posibilidad de recuperación es remota, fue el planteamiento. Todo está perdido; pareció ser el sentimiento imperante y con él se quedaron los presentes el resto de la tarde, y se fueron a descansar la noche.
Al día siguiente en la mañana, hubo un mensaje de convocatoria a la unidad que permita preservar un trabajo basado en la evidencia, el conocimiento y la experiencia. Una labor que conocen bien los asistentes al Foro, en la cual han participado y a la cual han contribuido; que no debe suspenderse, aunque la indolencia y los oídos sordos de las actuales autoridades nacionales en salud, hayan sido las respuestas a los llamados al diálogo y a la concertación; que han sido hechos por la mayoría, para evolucionar hacia un mejor sistema de salud centrado en los usuarios y pacientes, que no desconozca -y mucho menos eche por la borda- los avances que los colombianos hemos alcanzado en el goce efectivo del derecho a la salud; y que tampoco evada los mínimos constitucionales para reformar un sistema que regula y protege este derecho.
Pero la tarde del jueves contrastó con ese sentimiento matinal, porque las conferencias de la directora de regulación económica de la Seguridad Social del ministerio de Hacienda, del director de la ADRES y la participación en un panel del Superintendente de Salud, -quienes junto con el director del Invima respondieron a la invitación de los organizadores del Foro-, estuvieron signadas por la falta de claridad en los argumentos, la ausencia de consistencia en los datos presentados y la precariedad de sus planteamientos. Debemos exceptuar de estas carencias a muchas de las reflexiones del director de la agencia de vigilancia de alimentos y medicamentos.
Sin embargo, lo que más molestó a los asistentes y se convirtió en fuente de frustración, y para algunos de ira, fue la sorna y el cinismo de uno de esos tres primeros altos funcionarios del gobierno, a los cuales unió insinuaciones provocadoras que hizo sobre la ética y moral de los asistentes. No se entiende que alguien, quien además ha sido falible, se sienta el dueño de la ética y la moral del sector; y mucho menos lo comprenden quienes dedican sus vidas a servir a los demás y a construir sociedad y empresa de manera honesta y responsable. Las generalizaciones descalificadoras no construyen confianza y son bastante propias del activismo y de los ideologismos de quienes están limitados en sus razones y argumentos.
El viernes -aunque la participación del ministro en esta fecha final del Foro despertó dudas sobre si se trató de una despedida o de una simple rendición de cuentas ante el sector- puede decirse que fue un día en el cual la esperanza quedó en el ambiente. Se demostró que las autoridades territoriales en salud, que fueron invitadas, tienen clara su responsabilidad ante los ciudadanos y expresaron con precisión sus visiones sobre cómo debemos y podemos avanzar en medio de la incertidumbre que nos aqueja en el sector.
La foto al final del Foro, en la cual aparecen el ministro de Salud y el presidente de la ANDI estrechando sus manos, es un mensaje que abre la posibilidad de espacios de diálogo y concertación que permitan evolucionar nuestro sistema de salud a una etapa superior. Pero ese mensaje debe estar sustentado en el respeto a los demás, a las ideas de los demás y a la libre expresión de las ideas de los demás; respeto que se funda en el reconocimiento a la evidencia y en la identificación de objetivos comunes dentro del marco constitucional que nos rige. No es con base a las ofensas, las tergiversaciones y las actitudes autoritarias como se puede reconstruir la confianza requerida para lograr avanzar en ese diálogo.