Editorial: el “Villetódromo”
Director Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud
Hace 50 años la ruta para llegar a La Vega, en Cundinamarca, transitaba por Fontibón, Mosquera, Madrid y Facatativá. Era una vuelta parabólica que se realizaba en una sola vía de doble sentido y sin pavimentar desde esta última población. Estrecha en muchos puntos lo que la hacía peligrosa en las curvas, generalmente para choques menores entre automóviles y buses o camiones que la transitaban. El desarrollo de la provincia de Gualivá buscaba acercar sus municipios a la capital del país.
Entonces se construyó una vía más directa y ancha que corta en diagonal la trayectoria entre La Vega y Bogotá, y acelera el recorrido para llegar también por ahí, desde esta capital a Villeta. Evade la vuelta parabólica por Facatativá y los otros tres municipios de la Sabana de Bogotá y para ello se tuvo que romper la montaña y atravesarla. Ha sido un gran desarrollo para vastas extensiones del departamento y para miles de finqueros que pueden traer con más facilidad a la capital los productos perecederos de sus cultivos agrícolas y de sus emprendimientos pecuarios.
Con el tiempo se transformó en la autopista de salida y llegada entre Bogotá y Medellín. Cuando se ejecutó la doble calzada, hace menos de 15 años, se incrementaron por supuesto las expectativas de mayor desarrollo y conectividad. Pero con esos crecimientos vino mayor población y mayor tránsito automotor sobre esa ruta nacional, y empezaron a aparecer además de la congestión y el desorden comercial a la vera del camino, los enjambres de ciclistas que en los fines de semana hacen ejercicio por esa vía. Todo unido, aumentó la tasa de accidentalidad en esa ruta, que era casi nula hace 30 o 40 años.
En la última década se han unido cada día más los “moteros”, quienes, en otros enjambres, estos a mayor velocidad y mucho más zigzagueantes sobre la vía, unos como medio de transporte y de trabajo y otros como disfrute ostentoso de sus marcas de altos cilindrajes, acrecientan el peligro de la accidentalidad y la mortalidad violenta, a tal punto que el gracejo popular de quienes viajan con regularidad a Villeta ha dado en llamar a esta pista de carreras irresponsables, el “Villetódromo”. Lo peor de todo es que las autoridades de tránsito parecen desentendidas de esta problemática y se les encuentra más como espectadores impotentes ante una emulación entre vehículos automotores, motocicletas y bicicletas que buscan predominar en la ruta y avanzar de primeros, sin respeto por los demás, ni atención a la movilidad ni acatamiento de la normatividad que rige.
Este “Villetódromo” puede semejarse al desarrollo de vías y a la convivencia diaria en grandes capitales y en otras rutas nacionales; en el Valle de Aburrá o en las áreas metropolitanas de Bucaramanga o de Cúcuta. Hace 10 meses lamentábamos el accidente del campeón Egan Bernal en la vía Bogotá-Tunja-Sogamoso; que puede ser otro ejemplo entre los tantos existentes y que impactan en todas las regiones del país para incrementar la tasa de mortalidad por accidentes de tránsito hasta llevarla a 27,6 por cien mil habitantes en el 2018 según la data de Forensis. Sin contar el costo emocional, físico y económico por las incapacidades transitorias y permanentes derivadas de ese tipo de violencia.
Para el año 2020 el mismo Forensis reportó 5.671 muertes por accidente de tránsito, el 55 por ciento en motocicletas. En 2021 se informaron 24.373 accidentes del tránsito en el país (2,8 por hora): el 92 por ciento en la cabecera municipal; el 83 por ciento por desobedecer normas de tránsito y por exceso de velocidad; el 60 por ciento en motocicleta; y en el 60 por ciento el conductor fue la víctima. La manera como nos comportamos en la vía pública parece un reflejo de la sociedad en que vivimos: competitiva, individualista, un tanto anárquica y sin respeto por los demás.
Estamos en mora de que la autoridad de tránsito controle con mayor rigor a todos los conductores y en especial a los motociclistas, y apliquen reglas más inclementes a los reincidentes. La cultura ciudadana es clave, por eso, también estamos atrasados en hacer obligatoria una asignatura en colegios y universidades sobre las reglas de tránsito y la instrucción sobre el manejo responsable de bicicletas, motos, automóviles y buses. En otros países es mandatorio para la obtención de las licencias de conducción de esos vehículos.